martes, 4 de abril de 2017

SOLUCIONA reclama “un espacio de cooperación” entre España y Rusia contra “la propagación de la revolución secular y hedonista de Occidente”

El partido identitario SOLUCIONA ha condenado el ataque terrorista que dejó este lunes catorce muertos y 51 heridos en el metro de San Petersburgo y lo inscribe en una ofensiva contra la pretensión rusa de marcar la iniciativa en los conflictos de Oriente Medio y Próximo, en un contexto político internacional marcado por la decadencia de Europa y la reducción de su papel al de mero comparsa de los intereses globalistas. El concejal no adscrito en Palafolls y candidato a presidir el partido en el congreso nacional previsto esta primavera en la capital catalana, Óscar Bermán, ha expresado su consternación por el suceso y mostrado su solidaridad a los familiares de las víctimas.

Bermán adelanta que una de las líneas programáticas de SOLUCIONA será la suscripción de un amplio acuerdo con Rusia para la defensa de nuestros intereses comunes en el ámbito de una Europa de las patrias independiente de la influencia del Reino Unido y del poder mundialista.

Señala el dirigente identitario que “un amplio sector de la sociedad española coincide en la necesidad de un espacio de cooperación con su aliado natural, Rusia, frente a los intereses económicos de una élite financiera y contra la propagación de la revolución secular y social hedonista de Occidente”.

El dirigente identitario compara asimismo el “erratismo ideológico” de la cúpula vaticana, al avalar las políticas migratorias concebidas para la destrucción del pueblo europeo, con la postura “inequívocamente férrea” de la Iglesia ortodoxa rusa en favor “de la identidad espiritual y cultural de Rusia”.

Reproducimos a continuación el comunicado de SOLUCIONA en el que prioriza la entente política con Rusia en base a su defensa de los valores apostatados por la mayoría de países de la UE:

“El prodigio es que Rusia haya podido decir no a la disolución de su pueblo como por desgracia sí está ocurriendo en muchas naciones europeas. Pese a los intentos de las agencias de calificación y del poder financiero por enjaular al oso eslavo entre los barrotes del sincretismo moral, de la mistificación étnica y de la endeblez del sentimiento nacional, Rusia se mantiene firme y proclama que no hay alianza posible entre una fe y una duda. Por fortuna para los rusos, cuentan con una clase dirigente que no ha sucumbido al becerro del oro ni vendido al diablo el alma de su pueblo. Esa clase dirigente ha sido lo suficientemente patriota como para no importar el preocupante conflicto que mantiene Europa consigo misma -una política de inmigración irresponsable y caótica, una globalización sin rumbo, un laicismo extremo, un intervencionismo agobiante que debilita los lazos familiares e infantiliza a sus benefactores y un consumismo que crea expectativas imposibles-. Lo que subyace a esa actitud es un pueblo fuerte y orgulloso frente a una Europa estrogenizada, moralmente vacía y refractaria a cualquiera de los valores que durante siglos les fueron propios. No es pues de extrañar que ante esa resistencia numantina por preservar el legado eslavo de experimentos antropológicos y la moral cristiano-ortodoxa de relativismos éticos, se haya puesto en marcha la maquinaria propagandista para la demonición del único país occidental a salvo de las injerencias del nuevo orden.

Los mandatarios rusos saben que Rusia sólo puede construirse sobre los pilares de toda esa gente que encarna una fortaleza y una homogeneidad cultural, una ética y unos principios tradicionales que nosotros estamos a punto de perder. ¿Qué cosa grande podría construirse sobre la base social de esas miles de personas desarrapadas, cultural y moralmente desestructuradas que componen una buena parte de las poblaciones europeas? ¿Qué grado de degeneración ha hecho mella en los dirigentes españoles para apostar por una masa adormecida, amorfa, hueca, vacía, grotesca, extremadamente manipulable? Al igual que otros europeos, pero en grado mucho mayor, los españoles han llegado al último capítulo de la decadencia y la degradación. Este es un organismo en putrefacción avanzado. La carne agusanada de este cuerpo es lo único que realmente se mueve y tiene vida.

Lo que se dibuja en el horizonte es una sociedad empobrecida, envilecida y en las garras de un puñado de lobos con los instintos salvajes intactos. Se gobierna mediante leyes nacidas de los intereses del día, contradictorias con las que regían ayer y con las que se establecerán mañana. La ley ha dejado de ser la muralla que amparaba al ciudadano y se ha convertido en un juguete del sistema, que éste utiliza de acuerdo con sus propias conveniencias mientras pregona que su promulgación obedece al interés colectivo. Soberanía popular, libertad, democracia… sólo son palabras huecas que se llenan con el significado que quiera conferirles el que las maneja.

En el anterior y denostado régimen, el hombre que quería ser libre era un adulto capaz de afrontar riesgos, de valorar posibilidades, ansioso de acción individual, deseoso de asumir la incertidumbre del resultado de sus actos. El español del anterior régimen era capaz de asumir la vida como proceso biológico lleno de incertidumbres cuyo desarrollo exigía una lucha continua y un permanente afán de superación. El español actual, en cambio, manipulado por los intereses que usufructúan el poder, es un niño obligado a obedecer, a no pensar por sí mismo, que ha vendido a unos pocos su libertad, su dignidad y hasta su seguridad.

Curioso es este Estado que, pretendiendo ser la encarnación del interés general, sólo asegura de hecho los intereses particulares de los diversos grupos partidarios en función de la capacidad de presión que sus hombres posean, o del número de votos obtenidos. Mientras, la justicia distributiva, que debiera ser congénita a la supuesta soberanía popular, se aleja cada día más.

Muchas de estas patologías sociales eran predecibles a poco que se observase el comportamiento delictivo de nuestros representantes institucionales, el escaso nivel formativo de nuestra enseñanza pública y el grado de servilismo de nuestros políticos, de uno y otro bando, a los intereses del mundialismo. Los demagogos hablan del pueblo, de que la dignidad del pueblo está unida a los desahucios o a la dación en pago. No hablan, porque no pueden hacerlo, porque son títeres de la élite económica en la sombra, que no hay ni puede haber regeneración de la vida española mientras los españoles no recuperen el aliento vital y en las familias deje de existir una inexpugnable barrera de hielo.

Trabajar para reforzar los lazos espirituales y acentuar el papel de las familias y de las comunidades nacionales, unidas por lazos de sangre, se considera contrario a la corrección política dictada en los laboratorios de Bilderberg y de las logias sionistas. La efectividad de este sistema tan putrefacto proviene del engaño, la manipulación y la negación del papel supremo de la dignidad humana. ¿Alguien cree que con mimbres como los de la imagen superior derecha, la canasta de nuestra recuperación podría resistir el peso de frutos que no estén tan podridos como el alma de nuestros dirigentes? Los españoles de esa gran clase media creada por el régimen de Franco, sin embargo, han preferido convertirse hoy en pasivos consumidores de ideologías, símbolos y mantras, sin nada que objetar a las decisiones de unos pocos, cuya influencia se ha perfeccionado a través de la perversión del lenguaje. El poder político ha violado y corrompido la democracia, la libertad y la justicia, acuñó moneda falsa con dichos conceptos, y la hace circular a través de las escuelas, los mal llamados medios de comunicación social y los mecanismos de la sociedad de consumo.

Las entidades mundialistas presionan para que los rusos bailen al son de su música masónica y se sumen al alegre coro de unos políticos y de unos financieros sin alma. Esperamos que Rusia siga diciendo ‘no’ y se abstenga de caer en la trampa de considerar un anacronismo el apego a su pasado, a sus raíces y mucho menos renunciar a su fe, que no es ni será nunca la fe de esta Europa babélicay apóstata.

La Historia nos enseña que las civilizaciones no mueren cuando decae su poderío económico, sino cuando pierden su alma. Europa se ha rendido al más estúpido de los dogmas: el multiculturalismo, según el cual cualquier cultura es tan válida como cualquier otra, con el añadido tácito y masoquista de que cualquiera es mejor que la nuestra, de que el odio que nos profesamos a nosotros mismos es lo que induce a muchos a verse reflejados en ese populista infame y abyecto de la coleta.

La integración de Rusia en este marasmo europeo conllevaría la negación de sus raíces y sería, más que una mentira y un error, el suicidio de aquel gran y amado país”.

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