miércoles, 16 de marzo de 2016

Alberto Villagrasa Gil, fuerte con los humildes y cantamañanas con los corruptos



Tiene el Partido Popular un problema gravísimo e inaplazable que es el de la corrupción. Se habla de dinero negro, de blanqueo de dinero, de extorsiones a empresarios, de toda una completa trata delictiva vinculada a destacados miembros del PP. Tenemos a los bárcenas, los matas, los trillos, las barberás, los rus, los graus, los camps, los granados…

Tenemos a decenas de dirigentes de su partido imputados y resulta que, frente a esa diatriba contra lo que se pretende sea un partido honrado y transparente, ningún dirigente del PP catalán, empezando por su presidente en Barcelona, Alberto Villagrasa Gil, pidió nunca a la dirección nacional que abriera expediente disciplinario contra uno sólo de los más que supuestos corruptos. Ni siquiera hoy lo piden.

En cambio sí lo han pedido contra Óscar Bermán, un humilde y honestísimo concejal en la localidad barcelonesa de Palafolls, que nunca se ha aprovechado de las siglas PP para enriquecerse ni para medrar económica o laboralmente, antes al contrario. De las virtudes humanas de Bermán pueden dar fe mejor que yo sus vecinos de Palafolls. Católico antes que político, como le gusta recordar, constituye el mejor ejemplo de que cuando las creencias morales se acrisolan en la conciencia surge el código moral del individuo mismo. Y el código moral de Bermán está a años luz de la moral pública que defiende el tal Villagrasa Gil, cuyas virtudes, si es que las tuvo alguna vez, prescribieron hace muchos años.

Villagrasa, débil con los corruptos de su partido y animoso con los humildes, aunque honrados, ha emprendido una ‘caza de brujas’ contra Bermán por unas afirmaciones sacadas de contexto contra la impresentable alcaldesa de Barcelona. Antes de cualquier conclusión hay que conocer la trayectoria de Bermán como martillo pilón de su partido por sus incumplimientos en materias tan sensibles para una conciencia recta como el aborto o las leyes punitivas contra el hombre. Para Villagrasa Gil, las normas aplicables a los concejales puntillosos no son nunca aplicables a los elefantes corruptos. ¿Extraña pues que el PP perdiera cuatro millones de votos el 20-D con dirigentes provinciales tan pútridos como él?

A parte de tratarse de una actitud ruín, rastrera y cobarde de Alberto Villagrasa Gil, hemos de colegir también que en el PP sale políticamente más rentable ser un corrupto, robar a manos llenas, que albergar un espíritu crítico siendo un hombre honrado y con principios.

Cuando el pocho de una fregona es causa de escarnio  y reproche mientras que las advertencias de Rita Barberá o las cuentas opacas del PP en bancos suizos apenas perturban ni inquietan el ánimo de Alberto Villagrasa Gil, entonces es que la corrupción en el PP tiene menos enmienda que las jodiendas de su tocayo.

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